La Isolina es un tradicional establecimiento ganadero, ubicado en el centro de la Provincia de Buenos Aires. Sus tierras se encuentran surcadas por el afluente del arroyo Tapalqué, y el paisaje se ve enmarcado por las sierras de Olavarría.
En el casco de la estancia, conformado por un añoso parque de 5 hectáreas donde crecen árboles exuberantes y late la naturaleza, se alza orgullosa la casona de estilo inglés, que constituye el espacio ideal para una inolvidable estadía en el campo.
Una de las características principales que definen a nuestra prestigiosa estancia es su historia. La Isolina pertenece a la familia Louge desde 1889, teniendo nuestros antepasados una relación cotidiana con los indios Pampas de la zona, en especial con la tribu de los Catriel.
La compra de las tierras
Etienne Louge llegó a la Argentina en 1854, dejando a su familia y a su Francia natal, a la temprana edad de 14 años, solo y sin saber hablar el idioma de estas tierras.
Su largo peregrinaje lo condujo hasta la ciudad de Azul, donde se estableció y comenzó a trabajar de dependiente en un Almacén de Ramos Generales. La vida era dura en aquel tiempo, pero nada lo amedrentaba y tras años de esfuerzo y trabajo, logró juntar ahorros suficientes para independizarse.
La economía del país naciente se basaba en la agroexportación, y uno de los elementos más preciados para la explotación ganadera eran las aguadas. Por eso en 1889, Etienne, gracias a su visión progresista, compra con el fruto de su trabajo ganado para la cría y tierras, en su momento fueron dos Suertes de Estancia, unas 5000 hectáreas aproximadamente. Hoy conforman La Isolina: unas 1200 hectáreas de campo que se extienden a orillas del cauce del Arroyo Tapalqué.
La relación con los indios
En toda la región pampeana el indio era considerado una amenaza para los estancieros, pero Etienne Louge, fiel a sus principios, dio la espalda a ese prejuicio y logró establecer buena relación con las tribus de la zona, al permitirles el acceso a su propiedad para obtener y utilizar el agua, un bien tan necesario para la hacienda como para la vida diaria de las tolderías.
Este vínculo con los aborígenes fue muchas veces cuestionado por ciertos políticos de la época, pero la postura de Etienne Louge hizo que se mantuviera al margen de esa opinión.
Y así fue que mientras que en la mayoría del territorio nacional el indio era perseguido y exterminado de acuerdo a las políticas vigentes, la buena relación de convivencia de Etienne con los nativos hizo que tierra adentro de La Isolina reinara un clima de seguridad y respeto mutuo, donde tanto el propietario como los antiguos habitantes se beneficiaban con el intercambio. Así, Ettiene Louge permitía que las tribus vecinas accedan a las aguadas del arroyo y se llevaran carne de sus haciendas, y a cambio, los indios le dejaban los cueros manufacturados -los cuales eran valiosos porque se exportaban a Inglaterra- y de esta manera no sólo conseguía que no lo atacaran sino que además lo protegían de los saqueos de malones de otras tribus enemigas que ingresaban a la zona por el llamado «camino de los chilenos».
La familia propia
A los treinta años de edad Etienne Louge se casó con Germaine Picot.
A la usanza de la época, y asediado por la soledad en esta tierra extranjera, la mandó a traer desde Francia con una única consigna: tener a su lado a una compañera “que fuera trabajadora, sin importar su belleza».
Es así como conforma su matrimonio con una mujer que no conocía, mucho más joven que él, de su misma nacionalidad pero además dotada con una singular belleza.
De este matrimonio nacen ocho hijos: Esteban, Pablo, German, Antonio, Margarita, María, Magdalena y Alejandrina.
Esteban, el mayor de los hermanos, es el abuelo del actual dueño de La Isolina.
Los descendientes
Una época histórica diferente a la de Etienne fue la que vivieron sus hijos. Mientras su padre basó el significado de su vida en el trabajo y se dedicó únicamente a perseguir sueños de progreso, pero siempre marcado por la necesidad de supervivencia de esos duros años, sus hijos pudieron gozar los beneficios de aquel sacrificio, y se integraron a la sociedad azuleña, en la que participaron activamente.
La Isolina hoy.
Después de la muerte de Etienne Louge, su hijo Esteban se hizo cargo de la propiedad y encomendó la construcción del actual casco de La Isolina al arquitecto Blas Dhers, como residencia de verano, la cual utilizaban para disfrutar en la época estival junto con su numerosa familia.
Actualmente la gran casona se erige solemne, robusta.
Fue pensada y construida para durar por generaciones.
Hoy tiene sus puertas abiertas para todo aquél que busque la paz y la tranquilidad de la vida tierra adentro, pero con la sofisticación y prestigio que distingue a nuestra colonial estancia argentina.
Los esperamos para atenderlos y convidarlos con la sencillez y cordialidad que nos caracteriza a la gente de campo.